Com a devida vénia transcrevo do blogue
martes, 25 de septiembre de 2012
Leal da Câmara (I)
APUNTE BIOGRÁFICO
Tomás Júlio Leal da Câmara nació en Pangim-Nova Goa, India portuguesa, en 1876 y murió en Sintra, en 1948. Fue un gran ilustrador y caricaturista muy crítico con la época y la sociedad que le tocó vivir. Se cebó especialmente con la monarquía y su rey D. Carlos, el gobierno, la policía y la iglesia lo que le obligó, víctima de la censura y la persecución, a exiliarse en España entre 1898 y 1900.
El conde de Romanones. Caricatura de Leal da Câmara |
Colaboró en varios periódicos madrileños donde, siguiendo fiel a su espíritu crítico, arremete ahora contra la reina María Cristina por lo que tiene que huir de nuevo, esta vez a París, al centro del mundo y de la cultura, en el año de la Gran Exposición Universal. En París llegó a exponer conjuntamente con un joven pintor malagueño llamado Pablo Picasso.
Después de implantada la República en Portugal en 1911 no ve motivos para permanecer más tiempo en Francia y regresa a su país pensando que las cosas habrían cambiado. Desencantado nuevamente al comprobar que la República no había solucionado ningún problema, vuelve a París donde el estallido de la Primera Guerra Mundial le obliga a regresar a su patria en 1915.
Se dedica a la enseñanza del diseño y las artes decorativas durante 27 años. Se casa en 1920 y, tras la irrupción de la fotografía en la prensa, se va apartando poco a poco de la que fue su mayor pasión hasta que fallece en 1948 después de recibir merecidos homenajes y reconocimientos.
Hasta aquí, una biografía mas o menos singular. Vamos a ver qué es lo que hace a Leal da Câmara realmente interesante para nosotros.
MADRID
Al igual que que le ocurriera a su compatriota Almada Negreiros años más tarde entre 1927 y 1932, la estancia de Leal da Câmara, más bien el exilio, en Madrid no sólo le sirvió para madurar humana y profesionalmente sino que dejó una singular huella en nuestra ciudad y en la corriente artística del momento: el modernismo.
Hasta aquí, una biografía mas o menos singular. Vamos a ver qué es lo que hace a Leal da Câmara realmente interesante para nosotros.
MADRID
Al igual que que le ocurriera a su compatriota Almada Negreiros años más tarde entre 1927 y 1932, la estancia de Leal da Câmara, más bien el exilio, en Madrid no sólo le sirvió para madurar humana y profesionalmente sino que dejó una singular huella en nuestra ciudad y en la corriente artística del momento: el modernismo.
Por aquella época, Madrid se movía al ritmo de los tranvías, la gente de la calle aún se sentía estafada por la pérdida de Cuba y prefería hablar de la última tarde de toros o del estreno de una revista en El Kursal. Así estaban las cosas en una ciudad que estaba creciendo a golpe de café.
LOS CAFÉS
El Gato Negro de la calle del Príncipe era la sede de la tertulia especializada, como ninguna otra, en teatro, y donde se podía ver a Ramón del Valle-Inclán y a Jacinto Benavente acompañados por un joven, recién llegado a la capital, llamado Juan Ramón Jiménez. Por aquel entonces, cambiar de café era como cambiar de canal para ver otro programa informativo, era zapear.
Según Valle-Inclán, El café de Levante ha aportado más a la cultura española que todas las universidades. Así, la lista de las tertulias madrileñas se hace interminable, el café de Correos, el Colonial, el Universal, el Lion d´Or, el Suizo, el café de la Columnas, el café Ingles, el Negresco, La Granja de Henar, el café del Prado... Todos ellos fueron protagonistas, en mayor o menor medida, de una parte importante de la historia y la cultura de la ciudad.
En este ambiente, hay tres episodios protagonizados directa o indirectamente por Leal da Câmara que llaman nuestra atención.
EPISODIO DE LEAL DA CÂMARA EN MADRID POR EL CUAL VALLE-INCLÁN PIERDE UN BRAZO
Nuevo Café de la Montaña |
Ocurrió una calurosa tarde de Julio de 1899 , en el céntrico Nuevo Café de la Montaña, situado en los bajos del Gran Hotel de París de la Puerta del Sol, de cuya tertulia formaba parte Leal da Câmara. Él fue el autor de la primera caricatura famosa de Valle-Inclán, su amigo y protector, aparecida en La vida literaria. En ella cruza las dos manos. No tardaría mucho en no poder hacerlo.
Cuando llegó a la tertulia Valle-Inclán, el mayor de sus polemistas, pidió un café con leche, una botella de agua y se sentó a la mesa, donde la conversación ya estaba bastante animada, en la que se encontraban el editor Ruíz Castillo, el cronista Manuel Bueno y el pintor Paco Sancha.
Allí se discutía sobre un tema de rabiosa actualidad, el duelo que se iba a celebrar en pocos días entre dos jóvenes modernistas: un señorito andaluz y nuestro artista portugés Leal da Câmara, que noches atrás habían tenido sus diferencias en el Paseo de la Castellana sobre la valentía de lusos e hispanos.
A Leal da Câmara algunos compatriotas que vivían en Madrid le habían advertido que tuviera cuidado al exponer sus opiniones ya que los españoles no tenían ninguna simpatía por Portugal, un país al que miraban por encima del hombro. El joven dibujante no tardó en comprobar la verdad de esas afirmaciones. En carta a su madre, escrita el 31 de julio de 1899, contó así lo ocurrido:
Sepa que recibí los padrinos de un señor para batirme en duelo. Es el caso que estando hace algunas noches en un paseo llamado la Castellana con un grupo de señores –todos literatos o pintores-, uno de ellos se puso a decir barbaridades sobre Portugal. Como el hombre continuara, perdí los estribos y le dije que le iba a partir la cara, que era una bestia, un burro y no sé cuántas cosas más. En vista de mi actitud, el hombre se calló. Al día siguiente, recibí una carta de dos amigos suyos. Me pedían que retirara mis palabras. No quise hacerlo. Nombré mis padrinos, decidido a seguir adelante. Al comprobar mi decisión firme de batirme, él se echó atrás, quedando así terminado el asunto, espléndidamente para mí y pésimamente para él.
Parece que las cosas no fueron exactamente como se las contó a su madre para tranquilizarla. Tras la primera discusión, en la que Leal da Câmara no pudo contenerse cuando oyó decir que “Portugal podía ser tomado con una simple marcha de granaderos”, dio un puñetazo al español jactancioso y recibió la carta que ponía en marcha el duelo. Más tarde liquidaría el asunto a la portuguesa esperando al señorito en el Paseo de la Castellana y dándole una paliza hasta hacerle desistir del aparatoso duelo.
A Valle-Inclán el asunto le había irritado especialmente. El tema del honor hacía que se excitara durante la conversación y su voz destacase, como casi siempre, por encima de las de los demás. El portugués no había tocado nunca un arma y se puso a recibir apresuradas lecciones de un militar amigo.
- ¡Leal ez un niño y eze duelo ez un infanticidio, un crimen!”, gritaba Valle, quien ceceaba, a Manuel Bueno aquel aciago día en el café de la Montaña.
A Bueno le consideraba especialmente culpable porque había sido uno de los que habían llevado la carta de desafío al día siguiente de la disputa. Le reprochaba que no hubiera tratado de calmar al españolito agraviado, que se llamaba López del Castillo. Manuel Bueno, que había permanecido en silencio, alza la voz.
- ¡Señores, todo lo que ustedes están diciendo carece de validez! ¡Leal da Câmara es menor de edad y por lo tanto no podrá batirse!
Valle-Inclán se siente dolido por el comentario de su amigo, se da cuenta que ese dato puede acabar con la conversación de su tema favorito durante los próximos días.
- No zea uzted majadero, que uzted no zabe una palabra de ezo.
- ¡Majadero! ¡Majadero!
Se produce un gran revuelo en el café, y ante el temor de Bueno de recibir el botellazo del escritor, mueve con fuerza el bastón, al intentar esquivarlo, Vallerecibe un bastonazo fatal en la cabeza y en la muñeca izquierda.
Se produce un gran revuelo en el café, y ante el temor de Bueno de recibir el botellazo del escritor, mueve con fuerza el bastón, al intentar esquivarlo, Vallerecibe un bastonazo fatal en la cabeza y en la muñeca izquierda.
Imagen del Gran Hotel de Paris en la Puerta del Sol. |
Parte del grupo se lleva a Bueno por la Carrera de San Jerónimo mientras Sancha y Castillo acompañan a Ramón por la Calle de Alcalá, donde a la luz de un farol recién encendido examinan las heridas sin importancia del escritor. En un dispensario le hacen una cura de urgencia y le tranquilizan: no hay más que un desgarro en el cuero cabelludo, aparatoso por la sangre, pero superficial, y un corte del gemelo en la muñeca: desinfección y “tirita de tafetán”. Pero el bastón de Manuel Bueno era un bastón estoque, de camorrista: escondía una barra de hierro, un arma ilegal.
A los pocos días, el dolor, que había ido en aumento en su mano izquierda, ya presentaba signos de gangrena, debido a la infección producida al incrustarse el gemelo de su camisa y a la chapucera cura de urgencia.
El doctor Barragán fue el encargado de la amputación y su amigo Jacinto Benavente lo acompañó en el quirófano. Valle se despertó antes de terminar y se fumó un habano observando como el doctor terminaba su trabajo.
- ¡Uf, cómo me duele el brazo! - Le dijo a su amigo Jacinto.
- ¡Cá, Ramón! Ése ya no te dolerá nunca más.
El suceso fue primera plana durante semanas en las tertulias de los cafés de Madrid, que se dividieron en dos bandos, los valleinclanistas y los buenistas, y del duelo entre Leal da Câmara y López del Castillo nunca más se supo.
Muy poco tiempo después, Valle citó a Bueno en el Café de la Montaña y tuteándolo por primera vez, dijo.
- Mira, Bueno, lo pazado, pazado está. Aún me queda la mano derecha para ezcribir y eztrechar la tuya.
Todos los bohemios de la ciudad se rascaron los bolsillos para acudir a la función benéfica que se organizó una gélida noche de diciembre en el Teatro Lara, para poder comprar entre todos un brazo ortopédico al escritor. Aquella fue una noche de teatro que hizo historia durante muchos meses en los cafés de Madrid.
Parte del grupo se lleva a Bueno por la Carrera de San Jerónimo mientras Sancha y Castillo acompañan a Ramón por la Calle de Alcalá, donde a la luz de un farol recién encendido examinan las heridas sin importancia del escritor. En un dispensario le hacen una cura de urgencia y le tranquilizan: no hay más que un desgarro en el cuero cabelludo, aparatoso por la sangre, pero superficial, y un corte del gemelo en la muñeca: desinfección y “tirita de tafetán”. Pero el bastón de Manuel Bueno era un bastón estoque, de camorrista: escondía una barra de hierro, un arma ilegal.
A los pocos días, el dolor, que había ido en aumento en su mano izquierda, ya presentaba signos de gangrena, debido a la infección producida al incrustarse el gemelo de su camisa y a la chapucera cura de urgencia.
El doctor Barragán fue el encargado de la amputación y su amigo Jacinto Benavente lo acompañó en el quirófano. Valle se despertó antes de terminar y se fumó un habano observando como el doctor terminaba su trabajo.
- ¡Uf, cómo me duele el brazo! - Le dijo a su amigo Jacinto.
- ¡Cá, Ramón! Ése ya no te dolerá nunca más.
El suceso fue primera plana durante semanas en las tertulias de los cafés de Madrid, que se dividieron en dos bandos, los valleinclanistas y los buenistas, y del duelo entre Leal da Câmara y López del Castillo nunca más se supo.
Muy poco tiempo después, Valle citó a Bueno en el Café de la Montaña y tuteándolo por primera vez, dijo.
- Mira, Bueno, lo pazado, pazado está. Aún me queda la mano derecha para ezcribir y eztrechar la tuya.
Todos los bohemios de la ciudad se rascaron los bolsillos para acudir a la función benéfica que se organizó una gélida noche de diciembre en el Teatro Lara, para poder comprar entre todos un brazo ortopédico al escritor. Aquella fue una noche de teatro que hizo historia durante muchos meses en los cafés de Madrid.
Retrato de Ramón del Valle-Inclán. |
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